La palabra juega un papel importante en la vida de toda comunidad humana. Podemos tener la palabra, conceder la palabra, cruzar palabra con alguien, tener la última palabra, incluso podemos arrebatarle la palabra a alguien. De hecho, las palabras constituyen nuestra identidad, por ejemplo, podemos ser una persona de palabra o darle a alguien nuestra palabra.
No podemos negar que la palabra es una de las herramientas más poderosas que tenemos para accionar en nuestra sociedad. La posibilidad de adquirir una lengua es una de las propiedades cognitivas con que nacemos todos los seres humanos, a menos que nazcamos con algún padecimiento neurofisiológico que nos lo impida. Una de las características que nos definen cuando aprendemos una lengua es el poder de creación infinita de discursos, pensemos en todas las ocasiones que nos hemos sentido atraídos hacia alguien por las ideas que manifiesta mediante la palabra. Así, los seres humanos somos creadores de mundos mediante nuestra palabra.
Para el pensamiento budista, el funcionamiento del karma o la ley kármica de causalidad que gobierna las acciones humanas “explica que las experiencias de dolor y sufrimiento nacen como resultados de acciones, pensamientos y comportamientos negativos, mientras que las experiencias deseables, como la felicidad y la alegría, surgen de causas y condiciones que se corresponden directamente con éstas: acciones, sentimientos y pensamientos positivos” (Dalai Lama, 2001: 22). Estos pensamientos y comportamientos se manifiestan directamente mediante la palabras, estas representan todo lo que hay dentro de nosotros. En este sentido, nuestras palabras, dependiendo del sonido y significado que tengan, nos acercan al estado de dolor y sufrimiento o al estado de felicidad y alegría.
Teniendo esto en mente, se vuelve totalmente necesario poner atención al uso que le damos a las palabras tanto en nuestra vida cotidiana como en nuestro camino espiritual. Lama Rinchen, en su comentario de los cuatro preceptos para la voz indicados por el Buddha, señala la importancia de adoptar un código ético de la voz. Algunas de sus recomendaciones son las siguientes.
- Evitar hablar de manera hiriente u ofensiva. Pensemos en cuántas veces hemos herido a alguien o hemos sido heridos con las palabras
- Evitar la mentira es crucial, pues cuando mentimos creamos un engaño que nos conduce a la opacidad de nuestras acciones. Pensemos cuántas veces nos hemos extraviado en nuestras propias mentiras. ¿Cuántas veces hemos perdido a alguien o nos han perdido a nosotros por una mentira?
- Evitar la difamación porque esta provoca división en las comunidades. ¿Cuántas veces las palabras nos han separado de compañeros, amistades, familiares o parejas?
- Evitar la plática ociosa. A veces con conversaciones vanas encubrimos situaciones o sentimientos que debemos confrontar. Además, la palabra es energía, utilizarla de manera ociosa representa una pérdida de energía.
La invitación central es expresarnos de una manera honesta, directa, respetuosa y cálida. De este modo, por medio de nuestra palabra, iremos sintonizándonos con condiciones que causalmente nos lleven hacia el bienestar, la felicidad y la alegría.
Es claro entonces que la palabra incide de manera directa en nuestra vida, las palabras que nos dedican y las que dedicamos a otros y a nosotros mismos pueden afectar o engrandecer nuestra vida; más contundentemente, las palabras determinan cómo es nuestra vida y, por tanto, definen nuestro camino espiritual.
El poder de la palabra en el ámbito ceremonial
Una vez que hemos visto cómo la palabra puede afectar o beneficiar nuestra vida cotidiana, se vuelve imprescindible hablar de ella en nuestro camino espiritual dentro del ámbito de las ceremonias.
Para que una ceremonia tenga lugar es necesario abrir un espacio ceremonial, esto implica necesariamente delimitar una diferencia entre el espacio y el tiempo cotidianos. Mircea Eliade ha definido esta dicotomía en términos de lo sagrado y lo profano. Concretar un espacio ceremonial entraña establecer una conexión con lo sagrado, lo cual puede englobar una gran diversidad de seres, por ejemplo, se puede tratar de los ancestros, de los maestros que se encuentran en planos sutiles o de deidades. Por ello, cuando somos participantes en una ceremonia, entramos a un tiempo que ya no es cronológico, entramos al terreno de lo sagrado.
En este ámbito, quien dirige la ceremonia es una persona central porque se trata de una persona iniciada en alguna tradición espiritual, que ha dedicado gran parte de su vida y de su tiempo a llevar una dieta estricta, a la oración y a la constante observación atenta de la naturaleza y que comúnmente podría llamársele chamán o mujer u hombre medicina. En algunos estudios, como el de Jacobo Grinberg-Zylberbaum, estas personas son llamadas psicólogos autóctonos.
La mujer u hombre medicina se vuelve un mensajero o, mejor dicho, un instrumento mediante el cual se establece una comunicación entre los planos sutiles y los participantes de la ceremonia. Bajo esta dimensión, la palabra del ceremonialista es exacta. La palabra llega a cada participante para ser un aporte inconmensurable en su camino espiritual.
La mujer u hombre medicina que conduce la ceremonia no emite una palabra de más ni una palabra de menos, todas las palabras que articula deben ser dichas en ese preciso momento y la forma que adquieren esas palabras es perfecta. La palabra del ceremonialista fluye en total sincronicidad entre los planos sutiles manifestándose sonoramente en la cermonia para el servicio de cada participante.
Referencias
Dalai Lama. (2001). Las cuatro nobles verdades. Elvira Heredia (trad.). Barcelona: Plaza & Janés.
Eliade, Mircea. (1998). Lo sagrado y lo profano. Luis Gil Fernández (trad.). Barcelona: Paidós.
Grinberg- Zylberbaum, Jacobo. (1989-1990). Los chamanes de México. 7 volúmenes. México: Instituto para el Estudio de la Conciencia.
Lama Rinchen [Paramita]. (28 de enero de 2023). El noble sendero 9: El poder del verbo [Archivo de video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=tM_NI83AFac